Sincera bajó las escaleras casi corriendo, alegre de recibir tamaña noticia. Por fin iba a estudiar, y en una universidad "como la gente", becada gracias a su esfuerzo y a su tesón. No veía la hora de llegar a casa y contárselo a su madre. Se pondría casi tan feliz como ella con la novedad.
Por supusto, Felisa Juana se puso muy feliz, y, a la semana siguiente, despedía a su hija que, llena de ilusiones, partía hacia lo que sería su futuro glorioso.
Los primeros días fueron fantásticos. Sincera alquilaba una pieza en una pensión cercana a la universidad, y, aunque austero, su presupuesto estaba cubierto por la beca. Se enotó en varias materias, y comenzó a estudiar concienzudamente. No socializaba mucho, ya que la mayoría de los estudiantes eran de clase muy alta, y por alguna razón, se habían dado cuenta de que Sincera no lo era. Entonces, prácticamente Sincera se convirtió en la chica invisible. Casi nadie la oía, la veía, o le hablaba.
Cierto día, cuando buscaba información en la biblioteca, oyó unas voces susurrando detrás suyo. Al darse vuelta, vio a un grupo de muchachos riendo contenidamente. Entre ellos se destacaba él. Era un Adonis de cabello de oro, hermoso como el sol del atardecer, alto, corpulento, simpático.... Sincera se quedó boquiabierta cuando lo vio, pero trató de disimular y miró para otro lado.
Pero grande fue su sorpresa cuando el joven se sentó frente a ella, y, presentándose, la invitó a salir esa noche. El se llamaba Fernando Amado, y tenía los dientes más blancos que ella hubiera visto. Y el reloj más caro, también.... Sincera sintió que las piernas le temblaban. Y que no tenía ni idea de qué iba a ponerse!
Así fue como Sincera y Fernando Amado se conocieron, y quedaron en ir a cenar esa noche.