Se puso un vestidito color celeste cielo, se soltó el pelo, se maquilló con sencillez, y espero ansiosa que sonara el timbre.
Fernando Amado no se hizo esperar. Llegó como héroe romántico, montado en sy mercho color plata cual llanero solitario en su "Silver", y le sonrió con sus dientes blancos, esos dientes que tiene la gente de la tele. Dientes que sincera no había visto en su vida.
Salieron del brazo, feliz sincera, tranquilo Fernando Amado. La llevó a cenar a un coqueto restaurante. Sincera no podía creer lo que le pasaba. Charlaron de sus vidas, Fernando le contó que su padre era empresario, que su madre era presidenta del Club de Campo, del Club de Caridad, del Club de Bridge, del Club de Golf Femenino, y vicepresidenta del Club de Lectura del Club de Golf del Club de Campo. Sincera, por su parte, evitó hablar de su infancia humilde, de la ausencia de su padre, y se limitó a sonreír mientras él comentaba las presidencias de su madre y los viajes de negoocios de su padre.